Actualmente la situación de ruptura de pareja es mucho más habitual que hace unos años.
Cultura? Resignación? Religión? Verdadero amor? Es cierto que la sociedad cambia, y con ello la manera de ver el mundo, de plantearnos un futuro, de relacionarnos con los demás y nuestro propio autoconcepto.
Sin embargo, a día de hoy, cuando existe una mayor aceptación social, sigue siendo extremadamente difícil tomar la decisión de ruptura y, no sólo eso, sino el llevarlo a cabo. Y es que, estamos ante un momento donde las relaciones tóxicas, con dependencia emocional y autodestructivas están a la orden del día.
Todos nosotros hemos vivido de cerca (si no en nuestra propia carne), relaciones en las que una de las partes tenía claro que debía acabar, lo sabía y quería, pero al mismo tiempo, no podía. ¿Por qué nos pasa esto?
Esta situación está muy relacionada con el binomio constituido por razón y emoción, quienes trabajan juntos, pero cada uno desde su propio despacho. ¿Cómo vamos a solucionar a nivel racional un conflicto ubicado en el terreno emocional? Y es que, en situaciones así son muchos los factores que entran en juego: carencias emocionales que buscamos ser resueltas por nuestra pareja, nuestra idea de una “vida feliz”, el pensamiento “¿estaré siendo egoísta?”, nuestro objetivo vital de constitución de una familia, la sensación de fracaso, miedo a la soledad, al “qué dirán”, miedo a estar equivocándose… todos ellos, factores de carácter fundamentalmente emocional.
Ante tanta incertidumbre, son muchas las personas que opinan y valoran, algunas desde el cariño y otras no tanto. Pero, ¿a quién hago caso? ¿A mi madre, mi hermano, mi mejor amiga…?
Por ello, el primer objetivo es el “empoderamiento” de la persona, conseguir que se ubique en la emoción seguridad, y poner por delante (nunca por encima) el “yo”, la propia identidad. Sólo desde ahí, desde dentro, podremos conseguir el cambio, hacia fuera. Y, para eso, hay veces que necesitamos ayuda.
“Me llenaste la cabeza de recuerdos que nunca llegaremos a vivir juntos.